«A los niños hay que darles a leer de todo para se formen su gusto literario»

Esteban, I. (2008, 8 de septiembre). «A los niños hay que darles a leer de todo para se formen su gusto literario». Hoy.

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Premio Nacional de Literatura Infantil y finalista del Andersen, Landa se ha convertido en referente para los jóvenes lectores

Mariasun Landa se atrevió hace 25 años a escribir para los niños sin complejos, sin finales felices y con temas tan poco dulces como el autismo. Publicó ‘Txan fantasma’ en euskera, a los cuatro meses se tradujo al castellano y de ahí a otros idiomas, hasta llegar a los casi treinta en que esta autora ha visto sus libros. Para Mariasun Landa, ganadora del Nacional de Literatura en 2003, un niño es ante todo un lector, una persona que espera una historia que le revele algo de sí mismo y del mundo, y esto no siempre se consigue con «florecillas y pajarillos».

La autora, finalista en 2007 del premio Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil, protagonizó el ‘Martes literario’ de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, un prestigioso foro por el cada año pasan los mejores escritores, generalmente en castellano. Con Landa, como antes con Bernardo Atxaga, se ha hecho una excepción.

-¿Qué le llevó a tratar esos temas en libros infantiles?

-Los niños no pueden expresar la angustia porque es un sentimiento muy complejo, pero quizá lo viven o lo han sentido cerca y saben que existe. Yo partí de ahí. Pero había algo más. Quería escribir literatura infantil y opté por alejarme de los estereotipos. Tenía que estar convencida de que aquello era tan interesante, tan serio y tan divertido como cualquier otro tipo de obras.

-Y a los niños, ¿les gustó?

-Eso siempre es una incógnita. Pero ellos también tienen sus preferencias, o las van definiendo a medida que van leyendo. A los niños hay que darles a leer de todo para que cada uno vaya definiendo su gusto literario. Es igual que con la comida. Los padres tienen muy claro que hay que darles verduras, legumbres, fruta; en definitiva, que sus hijos tienen que aprender a comer de todo. A partir de ahí, cada uno va componiendo su gusto gastronómico.

-Y usted, ¿qué plato propone?

-Recuerdo una cosa que me dijo un niño: «Me gusta lo que escribes, me divierto mucho, pero sobre todo me da que pensar». ‘El principito’, por ejemplo, es un libro enigmático, melancólico, muy de mayores. Pero es diferente. Los niños lo leen y saben que hay algo distinto a los estereotipos que continuamente les estamos mandando.

-¿Cuál era su gusto de niña?

-Yo de pequeña tenía un cierto rechazo a lo que quizá percibía como un exceso de fantasía. Me gustaba la aventura, la intriga, novelas como ‘La isla del tesoro’.

-¿Se ha sentido limitada como autora por tener que dirigirse al público infantil?

-Nunca debes perder de vista al tipo de lectores a los que te diriges. Pero aquí no se acaba todo. La literatura infantil también le sirve al autor para iluminar sus rincones oscuros, para husmear en su interior, que desconoce o malconoce. A esas pulgas, elefantes con corazón de pájaro y cocodrilos que viven en mis libros yo les he sacado un gran rendimiento.

-¿Por qué dejan de leer en la adolescencia?

-Yo creo que les exigimos demasiadas contrapartidas: hazme una ficha con el argumento, subráyame los gerundios… Siempre queremos sacar un rendimiento de la lectura y los niños sólo se enganchan a la lectura si la asocian con el placer. Lo interesante de la literatura es la experiencia. Cuando un lector da con una obra que le habla, que le modifica, que le cambia, ese libro entra a formar parte de su biografía. Pero claro, no a todos nos pasa eso con la misma obra. Hay que esperar, hay que dar con ella. En este mundo de nuevas tecnologías, si la literatura tiene algún sentido estaría en que proporciona diálogo íntimo que no te ofrecen otros medios. Es muy importante facilitar ese diálogo, ese encuentro, más allá de obligaciones escolares concretas.

-¿No cree que hay demasiadas ideas nobles en los libros infantiles? La solidaridad, la paz, la armonía social…

-En los ochenta se consiguió que la literatura infantil y juvenil abordara los problemas sociales. Fueron unos años muy buenos, con unos logros creativos muy interesantes. Hace muchos años que el didactismo y la moralina están mal vistos, aunque quizá no hayan desaparecido del todo porque está eso que se ha llamado, y bien llamado, corrección política. Hay libros que tratan por ejemplo del multiculturalismo o de temas parecidos, y eso es lo que al adulto le parece que los niños deberían saber. Entonces se toma la literatura al servicio de otras causas. Yo no digo que eso no sea literatura; sí lo es, pero también hay algo más.

-¿Y en qué consiste ese algo más?

-El hecho literario es muy simple: un autor que mira al mundo y cuenta una historia lo mejor que puede, y que va al encuentro de un lector que puede hallar esa historia o no. Lo que yo le pido a la literatura general o para adultos es lo mismo que yo les intento dar a los jóvenes.