Sierra, E. (2007, 26 de diciembre). Mariasun Landa vuelve al París del 68, al que llegó cuando tenía 19 años, El Correo. https://www.elcorreo.com/vizcaya/20071226/cultura/mariasun-landa-vuelve-paris-20071226.html
«Al subir al tren en Hendaya, te convertías en una emigrante española más», recuerda la autora de ‘La fiesta en la habitación de al lado’
París era para cualquier joven de los años sesenta del siglo XX, «el símbolo de libertad, la ciudad soñada, la meca de todas nuestras referencias», describe la escritora Mariasun Landa. Cada uno de esos valores que se le suponían a la capital francesa se multiplicaba para una mujer, y más para «una chica de mi estilo, es decir, con estudios, con ganas de aprender más, de abrirse al mundo y vivir experiencias». Nacida en Rentería, educada en el catolicismo, con unos padres preocupados por si iba a misa o no, con inquietudes políticas y 19 años, en una época en la que el estado de excepción se impuso en Euskadi, París era la meta.
Mariasun Landa novela en ‘La fiesta en la habitación de al lado’ (Bakanak) ese deseo de escapar, su primer año en Francia. Fue en el otoño del 68, cuando el mítico mayo estaba todavía muy presente. El viaje «tenía su carga de fantasía», reconoce la autora. El problema es que en cuando «una se subía al tren en Hendaya se daba cuenta de que pasaba a ser una emigrante española más», señala Landa, que ha escogido esta parte de su vida como materia literaria «porque fue realmente un viaje iniciático, de maduración».
En París, y pese a la libertad, «éramos mano de obra barata. Fui pasando como ‘au pair’ de casa en casa, haciendo todo tipo de trabajos», recuerda. En cada una de ellas tuvo su propio espacio de independencia, ése que tanto había buscado, en la ‘chambre’ (habitación) que le asignaba la familia. «Eran minúsculas, insalubres, sin lavabo, a veces sin luz, pero eran el símbolo de la libertad. Allí nos reuníamos, hablábamos de política, vivíamos experiencias nuevas».
Y nuevo problema: que la fiesta, como reza el título del libro, siempre parecía estar en otra ‘chambre’. «Me daba la impresión de que llegaba tarde a todas partes, cuando ya la fiesta se había ido a otro sitio», dice Landa. Claro que eso la empujaba a seguir avanzando. «La insatisfacción era el motor que me impulsaba», sentencia. Una insatisfacción que era fruto, en parte, de su propia forma de hacer las cosas. Llegaba tarde porque se lo imponía a sí misma, por ejemplo, en su relación con los hombres. «Es que me habían educado en unos determinados valores, y eso pesaba mucho».
Sentimientos de culpa
Landa dejaba volar la imaginación y se veía a sí misma dentro de una película o una novela, «aunque el argumento no se correspondía con lo que me hubiera gustado interpretar», afirma. Nada de encuentros fortuitos con sus cineastas y escritores favoritos -Godard, Sartre, De Beauvoir-, ni de dejarse llevar por la pasión. París fue la manera de «confrontar lo que creía que era con lo que era en realidad, una chica educada de cierta manera».
Esa educación llevaba al sentimiento de culpa, y no sólo en el sexo. «Siempre tenía la sensación de que estaba donde no debía, o que no hacía las cosas todo lo bien que debía», sonríe. En política, lo mismo. «Te sentías culpable por ver lo que estaba pasando en Euskadi desde París. ¿No debería estar allí, sumarme a la lucha? Pero si te quedabas, la pregunta era si no deberías estar fuera, estudiando, aprovechando esa oportunidad», duda todavía quien después de ese primer año parisino estudiaría Filosofía en la capital francesa.
Para entonces, ya había decidido entre dos amores, el de un joven que vivía en la clandestinidad entre España y Francia y un ex seminarista que se fue a vivir con ella a París. Pero eso, explica, es ya otra historia.